He leído en la prensa que el príncipe Guillermo y Kate Middleton escogieron a Mario Testino como fotógrafo oficial en su pedida de mano. Y todo parece indicar que el fotógrafo se encargará también de la boda. La noticia no tiene nada sorprendente, conociendo el importante vínculo de amistad del fotógrafo peruano con la difunta princesa Diana y el interés de su hijo en tenerla presente en un momento tan significativo.
Ciertamente, Testino logró traspasar la frontera institucional de la princesa de Gales y consiguió que esta mostrara su faceta más personal y cercana. Diana en sus últimos retratos rezumaba frescura y encanto huyendo del aspecto de princesa melancólica al que nos tenía acostumbrados. De no haber sido por aquél fatídico accidente en el Pont de l’Alma, Mario Testino se hubiera convertido en el retratista oficial de la princesa, ya que solo él había conseguido reflejar la imagen de mujer renovada que ella quería transmitir.
Porque la voluntad del retratado es determinante a la hora de escoger a su retratista. Un buen ejemplo lo encontramos en la abuela y la bisabuela del novio. Estas mujeres, procedentes de otra época (y otro mundo), se inclinaron por Cecil Beaton como retratista oficial durante los primeros años de su reinado. Los retratos de Beaton, nos presentaban a una joven Isabel II y a la Reina madre con la pompa y los atributos monárquicos propios de la institución. No debemos olvidar, que Jorge IV accedió al trono de la forma más inesperada tras la renuncia de su hermano Eduardo VIII para casarse con la divorciada Wallis Simpson. Imagino que sería importante para aquella improvisada familia real que no fueran recibidos por el pueblo como unos advenedizos, por que hicieron uso de toda la maquinaria iconográfica para legitimizar el cargo que ostentaban.
Por su lado, la princesa Diana siempre fue consciente de su poder mediático. Se sabía en buenas manos haciéndose retratar por Mario Testino y evidentemente estas imágenes tendrían una difusión mucho mayor que si las hubiera hecho un fotógrafo anónimo. Muchas generaciones antes, a mediados del XIX, todas las cortes europeas reclamaron los servicios del artista alemán Franz Xaver Winterhalter (1805-1873). Considerado el “pintor de los príncipes”, sus retratos monumentales en un estilo neo-rococó hicieron las delicias de todos los monarcas. Conocidas en la época por su belleza, la emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo y la emperatriz de Austria, Isabel de Baviera figuraron entre sus clientas más solícitas. Los refinados retratos de Winterhalter detallaban con suma precisión la atmósfera de lujo y refinamiento que vivían las monarquías de entonces. Y obviamente sus mentoras posaban con las mejores galas. Otra testa coronada, consciente del poder de la imagen fue sin lugar a dudas la reina Maria Antonieta, quien depositó toda su confianza y simpatía en su retratista particular Élizabeth Vigée-Lebrun (1755-1842) ante el espanto del resto de académicos que no podían creer que una mujer pudiera merecer un reconocimiento tan importante.
Todo nos demuestra que gran parte de estas mujeres velaron con sumo cuidado la proyección de su propia imagen pensando probablemente en la posteridad. Lady Di murió joven y bella, y es bien seguro que su presencia marcará y ensombrecerá por mucho tiempo la figura de la pobre Kate Middelton, que por el momento ya ha tenido que aceptar sin rechistar que su anillo de compromiso sea el mismo que lució su antecesora y difunta futura suegra. En la corte de Mónaco encontramos un caso similar. El príncipe Alberto quien también profesaba una enorme admiración hacia su difunta madre ha tardado años en hallar la consorte adecuada. Superada la cincuentena, este soltero recalcitrante ha encontrado finalmente su princesa en una sirena sudafricana. Recuerdo que la primera vez que descubrí la foto oficial de compromiso, un escalofrío recorrió mi cuerpo. La rubia Charlene Wittstock enfundada en un vestido de gasa de Armani Privé emulaba la misma postura del famoso retrato de la princesa Grace que preside el salón del palacio monegasco. Y a su lado Alberto-Edipo sonriente, miraba a la cámara, orgulloso de haber logrado lo inalcanzable. En una asociación rocambolesca de ideas, aquél retrato de Grace, me llevó a pensar en Hitchcock, y cómo no, a la película Rebeca…
Pues si, tienes toda la razón, muchas gracias por pasarte!
ResponderEliminarLa verdad que tengo ganas de ver esa boda!
Tu blog es una pasadaa ;)