domingo, 26 de mayo de 2013

De cine y escaleras (I). La dimensión simbólica

Escena final de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses

Viendo en estos días la frenética actividad del Festival de cine de Cannes pienso que una de las imágenes que terminan siempre perdurando en nuestra mente es la de las estrellas accediendo por la gran escalinata tapizada de rojo al auditorio de esta ciudad francesa.  Diríase que como en un Partenón, erigido en lo alto de la Acrópolis, las estrellas invitadas ascienden como deidades por esa alfombra roja sintiendo a su espalda los objetivos de un sinfín de reporteros del "mundo mundial" esperando que se volteen para captar le esperada instantánea. Y esto lo saco a colación para reflexionar entorno a la incesante presencia que ha tenido a lo largo del cine un elemento aparentemente banal como podría ser una escalera.

“Muy bien, Sr. DeMille, ya estoy lista para mi primer plano”. Con estas palabras, Norma Desmond descendía la monumental escalinata de su mansión hacia a una realidad mucho más cruda en El Crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950). La escalera, elemento arquitectónico vertebrador, comunicador y separador ha representado un papel en el cine que no debe pasar desapercibido. Desde las primeras películas de Griffith o Eisenstein hasta nuestros días nos reencontramos con esta estructura desempeñando diversas funciones. Desde su monumentalidad, que ha contribuido a enfatizar lo que se está desarrollando en la pantalla pasando por su concepción simbólica e icónica en la que se han apoyado las historias. Por otro lado, tampoco debemos obviar su instrumentalización como elemento de refuerzo dramático. En la película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos, uno de sus personajes decía “La gente no se cae por las escaleras (…) eso solo ocurre en las películas”.

 
Subir la escalinata de Cannes se ha convertido en todo un ritual.


Hubo un tiempo cuando las estrellas llegaban del cielo

En su concepción más simbólica, la escalera se ha convertido en una máquina escénica privilegiada para la representación de los ascensos y los descensos físicos y/o morales de muchas de las historias que han mostrado en la gran pantalla. Porque a partir de su simple constitución arquitectónica, este elemento acaba siendo la mejor herramienta para reflejar anhelos, aspiraciones o frustraciones con recursos fílmicos varios que van desde los encuadres más sofisticados hasta la dialéctica del plano/fuera de plano. Así que en estos casos la presencia de la escalera dentro del film termina siendo fruto de una colaboración entre el guionista, el escenógrafo y el propio realizador.


Gattaca (Andrew Niccol, 1997)


El show de Truman (Peter Weir, 1998)


Rocky (John J Avildsen, 1976)


A vida o muerte (Michael Powell, 1946)
 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Coronación


  En uno de sus libros*, relataba Terenci Moix de forma muy divertida de cómo las hermanas Bonaparte pusieron el grito en el cielo cuando se les planteó la posibilidad de llevar la cola del manto de Josefina durante la ceremonia de coronación del emperador Napoleón.
  - ¿Dónde se ha visto que unas princesas imperiales tengan que aguantar la cola de una advenediza? - gritó Carolina (Bonaparte), fuera de sí.
   Después de unos minutos de tenso rifi-rafe, el primer ministro Talleyrand intervenía de forma diplomática sugiriendo que quizás aquél lamentable equívoco se debía a una cuestión de vocabulario y que si en lugar de decir "llevar la cola", el protocolo pudiese decir "sostener el manto", sería muy probable que las princesas lo encontrasen más razonable. De esta forma se zanjó aquella situación esperpéntica en el ensayo general de Fontainebleau.
 
Fotograma de la película Désirée (1954) con Marlon Brando y Merle Oberon

Gina Lollobrigida es Paulina Bonaparte en Venus Imperial (1962)


Dibujo preparatorio de Jacques-Louis David (1805)
 
Jacques-Louis David. La consagración de Napoleón (1807)
 
   Cuando uno entra en la sala de grandes formatos del ala Denon en el Museo del Louvre, no puede dejar de sorprenderse por las dimensiones extraordinarias, 629 x 979 cm, del lienzo La consagración de Napoleón. Encargada por el emperador al pintor de la corte Jacques-Louis David para inmortalizar la ceremonia de coronación en Notre Dame del 2 de diciembre de 1904,  esta obra requirió de cuatro años de intenso trabajo para poder realizarse.  
   El visitante del museo, ante el gran lienzo no puede evitar sentirse espectador de lo que debió ser un momento de gran transcendencia histórica. Aún así, la escena no escapa de un evidente aire de teatralidad y a causa de esto, siempre termino recordando el episodio relatado por Terenci e imagino que los protagonistas de la escena debieron sentirse nada más y  nada menos que actores disfrazados con las mejores galas en papeles que en un principio no habían estado pensado para ellos. Porque bien es sabido, que a excepción de la emperatriz, el resto del clan Bonaparte provenía de orígenes nobles más bien modestos y jamás hubieran ni imaginado terminar recibiendo tratamiento de familia imperial.
 
Salón de los grandes formatos en el Museo del Louvre

Fotograma de la película Napoleón de 1903 (desaparecida)

François Gérard. Napoleón I. 1805

François Gérard. La emperatriz Josefina. 1808

Henri Cartier-Bresson. Musée du Louvre, 1954

 
* Terenci Moix. Venus Bonaparte. Editorial Planeta. 1994