Este 2012 que está a punto de terminar nos dejará
el recuerdo de la entrañable Cecilia Giménez, gracias a la cual, una
considerable parte de la población mundial aprendió lo que es un Ecce Homo. Porque dicho término, que
hasta el momento sólo estuvo en boca de la comunidad eclesiástica y las más
altas élites del mundo artístico, llegó a popularizarse en este mundo mundial en
apenas un par de semanas.
Simplemente por este gesto, esta señora oriunda
del pueblo zaragozano de Borja, merecería ser justa merecedora del título y consideración de personaje del año. Porque su voluntarioso espíritu emprendedor
despertó las simpatías de todos los lados del planeta más allá del resultado o
consecuencias de su acto.
Cecilia Giménez, restauradora del Ecce Homo de Borja.
Y sirva esta mención, en estos tiempos en los que
la cultura parece estar devaluada, para valorar a todos aquellos personajes que
con mayor o menor conciencia, rigor, respeto o ingenio han hecho que el arte forme parte de sus vidas, y de paso, de las nuestras.
Diana Vreeland en su famoso salón rojo.
Henri Matisse. La habiración roja. 1908
Rosi de Palma siempre orgullosa de su perfil picassiano.
A mi parecer, uno de los acontecimientos estrella
de la temporada londinense está siendo sin lugar a dudas la exposición del Victoria
& Albert Museum centrada en el vestuario mítico de las películas de
Hollywood. Más de cien vestidos hacen un recorrido por los títulos más célebres
del séptimo arte homenajeando así a la importante labor de un sinfín de
maestros que contribuyeron de forma muy importante a alimentar el aura dorada
que envuelve todo el mundo cinematográfico.
Desde que el cine es cine, y especialmente
durante la época dorada de Hollywood, la perfecta maquinaria generadora de
mitos en la que se habían convertido los estudios cinematográficos, contó con la
inestimable labor de diseñadores de vestuario que en muchos casos desde la
sombra se encargaban de enaltecer las fulgurantes estrellas del nuevo universo
cinematográfico. Creadores como Bernard Newman, Gilbert Adrian, Irene Lentz, Edith
Head o Travis Banton entre otros, alimentaron con sus diseños la visión
glamourosa de los actores en los estudios. Seguramente siguiendo las premisas
marcadas desde el viejo continente, sus diseños no dejan de ser auténticas
creaciones que en muchos casos han sido injustamente ignoradas en los
compendios sobre historia de la moda. Los productores americanos eran tan
conscientes de la importancia de la imagen proyectada por sus estrellas, que Samuel Goldwyn contrató en 1931 por una suma millonaria a la mismísima
Gabrielle Chanel para que viajara dos veces al año a Los Ángeles a
diseñar para sus principales actrices.
Joan Crawford luciendo una creación de Adrian.
Por otro lado, con el paso de los años, los
actores lograron liberarse del férreo control de los estudios, y su propia
voluntad se fue imponiendo hasta llegar a escoger ellos mismos a sus propios
diseñadores. En 1950, Marlene Dietrich al ser requerida por Alfred Hitchcock
para protagonizar Pánico en la escena
(Stage Fright) impuso su férrea
voluntad en que la casa Dior creara en exclusiva su vestuario con la famosa
frase “No Dior, no Dietrich”. Lo cual, por otra parte, complicó todavía más, la
tensa relación con su compañera de reparto Jane Wyman. Lo cierto es que el cine y la moda han creado más
de un tándem indisoluble, otro buen ejemplo lo encontramos en la pareja formada
por Audrey Hepburn y Hubert de Givenchy a los que les unió también una estrecha
relación de amistad.
Victoria Abril con un diseño de Gaultier para la película Kika.
Esta relación entre los creadores de moda y el
mundo del cine se extiende hasta nuestros días. En ocasiones fruto de una mutua
admiración, como puede ser en el caso de Gaultier - Almodóvar, y en otros casos como una mera herramienta promocional. Y por otro lado, continúa siendo fundamental el trabajo
de increíbles diseñadores de vestuario contemporáneos como Gabriella Pescucci,
Ann Roth, Piero Tosi, Eiko Ishioka (recientemente fallecida) o Milena Canonero, entre otros, sin el cual innumerables películas perderían esa identidad visual que las fija en la memoria del espectador. Ojala exposiciones como la del V&A Museum contribuyan a ensalzar esta faceta
creativa tan significativa como indispensable.
La Harlow sobre una tabla de descanso que evita arrugar su vestido.
Diseño de Walter Plunkett para Lo que el viento se llevó.
La actriz Ira Claire conversa con Gabrielle Chanel
Juntos, cinco de los grandes: Newman, Banton, Head, Adrian, and Irene.
Joan Fontaine popularizó la "rebeca", conocida por los fashionistas como twin-set.
Creación de Travis Banton
Creación de Bernard Newman.
Creación de Irene Lentz.
Shirley Maclaine probando un vestido de Edith Head.
Audrey Hepburn con Givenchy
Marlene Dietrich siempre fiel a Dior.
Cecil Beaton diseñando para My Fair Lady.
Barbarella vistiendo de Paco Rabanne
Diseño de Piero Tosi para El Gatopardo.
La Sastrería Tirelli todavía elabora gran parte del vestuario de las grandes producciones.
Vestuario de Ludwig de Visconti en la colección Tirelli.
Giorgio Armani vistió a Los Intocables.
Tacones Lejanos Victoria Abril de Chanel y Marisa Paredes de Armani
Gabriella Pescucci, colaboradora habitual en los filmes de Scorsese.
Celebradísimo trabajo de Milena Canonero para Barry Lyndon.
Eiko Ishioka dio su particular visión al Drácula de Bram Stoker de Coppola.
Imagen promocional de la firma Tom Ford
Publicidad de Giorgio Armani
El vínculo cine-moda siempre estará vigente...
Desfile Primavera/Verano 2013 de Ulyana Sergeenko, todo un homenaje a los diseños de Walter Plunkett para la heroína de Loque el viento se llevó (1939)
Charles Frederick Worth (1825-1895), ha sido considerado como el padre de la alta costura, tal y como la conocemos hoy en día, al ser el primero en firmar con su nombre cada uno de sus diseños y crear una colección anual como estrategia de promoción. Con él comienza a valorase la figura del "modisto" como individuo creador.
Su irrupción en el mundo de la moda también marcó un precedente en la forma de mostrar sus creaciones. En 1858 fundará en París junto a su socio el establecimiento Worth and Bobergh, que pronto se convertirá en un centro de peregrinación de todo el Gotha europeo que acudirá al atelier del modisto a encargar sus diseños temporada tras temporada. A excepción de la emperatriz Eugenia y la princesa Paulina de Metterlich, introductoras de Worth en la corte, serán las damas quien deberán desplazarse al establecimiento de moda rompiendo con la costumbre anterior en la que eran las modistas quienes visitaban el domicilio de sus clientas.
El establecimiento Worth and Bobergh, y posteriormente la Maison Worth, se caracterizaban por la exquicitez de su decoración. Atravesando diversos saloncitos profusamente decorados, la clienta de Worth era introducida en el salón lumière. En esta estancia, totalmente estanca, varios maniquíes a tamaño real lucían los últimos diseños del modisto iluminados con la luz tenue de las lamparillas de gas. De esta forma, la clienta podía hacerse a la idea de cómo lucirían las sedas, tules y encajes bajo la iluminación característica en los salones cortesanos del Segundo Imperio.
De este modo, recreando un entorno y provocando espectativa, Worth a su manera también se convertía en un precursor de lo que hoy denominamos visual merchandising.
Una extraña asociación de ideas, provocó que las primeras imágenes de Naomi Watts como Diana de Gales me llevaran a recordar aquél programa en el que unos concursantes anónimos, aficionados al cante, atravesaban una cortina de humo para salir por el otro lado caracterizados, con mayor o menor fortuna, al modo de su estrella favorita.
Esta última afición hacia los biopics, es decir, a la ficción basada en la vida real de celebridades, comienza a resultarme preocupante. Porque si en un primer momento pudiera parecer una tentantiva propia de este inicio de siglo en rememorar figuras ilustres de tiempos pasados, empiezo a sospechar que es fruto de una incipiente sequía de ideas en lo que antes llamaron la fábrica de sueños.
Aunque existen excepciones notables, el subgénero de los biopics venía siendo más propio de los telefilmes de serie B que podíamos ver en cualquier canal privado durante la sobremesa. Sin embargo, en los últimos tiempos, los grandes estudios han dignificando el género haciendo uso de su propio star-system y lanzando globos sonda a través de imágenes promocionales con las caracterizaciones sorprendentes. Que a fin de cuentas es lo mismo que esperar ver a Santiago Segura en la piel de Conchita Velasco.