miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ellas se encuentran

Tal y como nos relataba Ovidio en las Metamorfosis, de vez en cuando, los dioses se encuentran. En la literatura clásica, las consecuencias de tales coincidencias divinas acostumbraban a ser catastróficas, especialmente en el destino (el fatum) de los héroes o mortales que se cruzaban por su camino. 
Grace Kelly and Audrey Hepburn, Allan Grant, 1956

 

Y hablando de encuentros, el mitómano recalcitrante que llevo dentro quedó inevitablemente fascinado al descubrir esta instantánea de Allan Grant. En ella podemos reconocer las siluetas de Grace Kelly y Audrey Hepburn compartiendo un mismo espacio. ¡Apenas separadas por un metro de distancia! Y con sus miradas concentradas en lo que se adivina un horizonte común. Aquella noche del 21 de marzo de 1956, Allan Grant cubría para la revista Life la ceremonia de entrega de los Oscars de Hollywood. Las dos actrices, esperaban en el backstage para presentar sus correspondientes premios. Ese año ninguna de las dos estaba nominada. Grace había ganado el Oscar como mejor actriz un año antes por su interpretación en La angustia de vivir (1954), y aquella noche representaba su despedida del reino del celuloide porque en pocos meses se convertiría en la flamante princesa de Mónaco. Por su parte, Audrey había sido galardonada con el preciado premio dos años antes, gracias a su papel de la princesa Anne en Vacaciones en Roma (1953). Ambas tenían la misma edad, se encontraban en su mejor momento profesional, y allí estaban,  más bellas que  nunca, ignorándose mutuamente.
Para mí que en aquél preciso instante fueron almas gemelas. Sólo hay que observar el porte distinguido de ambas siluetas y el brillo que irradian a su alrededor. Grace aguarda serena e inquebrantable en su papel de chica-bien de Filadelfia luciendo un diseño de gasa de Helen Rose, su modista preferida. En una postura similar, espera Audrey, vestida cómo no, por su estimado Hubert de Givenchy. Audrey estira tímidamente su largo cuello como para poder visualizar mejor el objetivo. Grace no lo necesita, pues su pragmatismo norteamericano la ha hecho situarse en el mejor punto de visión. Admirándolas en aquella foto, se me antojaban como dos deidades, ¡la Gracia y la Belleza!, rivalizando en presencia y fulgor.
Lamentablemente, la realidad no fue tan poética. Un tiempo después descubrí una nueva instantánea perteneciente a la misma serie donde se podía comprobar que las dos bellas actrices sí llegaron a saludarse y seguramente departieron animadamente. Pensándolo mejor, caí en mi ingenuidad al imaginar que dos chicas educadas como Audrey o Grace, se hubieran hecho semejante vacío. ¡Entre una Joan Crawford y una Bette Davis, otro gallo cantaría! Pero con Grace y Audrey como protagonistas, jamás.
En mi decepción sigo buscando estos encuentros (o desencuentros) entre divinidades. Y gracias a la complicidad que nos permite el género fotográfico, me gusta fantasear una y otra vez sobre estas escenas. ¿De qué hablan? ¿Qué afecto se profesan? Porque yo estoy seguro que cuando los dioses bajan del Olimpo les gusta impregnarse, aunque sea por un momento, de las bajezas del mundo terrenal.





 

viernes, 12 de noviembre de 2010

De morenas y rubias


Esta temporada la Cinemathèque Française de París nos sorprende con la exposición Brune/Blonde, una mirada al mundo cinematográfico a través de las cabelleras más emblemáticas de la gran pantalla. A lo largo de la historia, la representación figurativa de la mujer ha quedado incuestionablemente ligada a un elemento aparentemente anecdótico como puede ser la cabellera. De forma cultural, tanto en oriente como en occidente, el cabello de una mujer conserva connotaciones mucho más profundas de lo que podríamos pensar. En el cartel de la exposición nos muestra un fotograma de Penélope Cruz en Los abrazos rotos (2009) con una llamativa peluca rubia platino. Ver a nuestra actriz más internacional, paradigma de la belleza hispana, luciendo una peluca a lo Marilyn, no deja de desconcertarnos. Justamente, esta muestra ahondará en las diferentes lecturas que nos ofrece tan singular elemento.


La cabellera en sus múltiples variantes ha sido entendida como un símbolo inherente al universo femenino. Mediante ella, la representación de la mujer ha expresado inocencia, sensualidad, castidad e incluso lujuria. A nivel pictórico, en el XIX fueron diversos movimientos (Simbolistas, Prerrafaelitas, Modernistas y Estetas) los encargados en difundir una iconografía de mujeres de largos cabellos como precedentes de la femme fatale. Estas mujeres acostumbraban a lucir melenas sueltas como símbolo de su independencia. Solían pintarlas pelirrojas, ya que esta tonalidad estuvo siempre asociada a lo prohibido. Sus composiciones sobre brujas, vampiras, prostitutas o mujeres consideradas peligrosas, femmes tentaculaires, conincidían en el color rojizo de sus cabellos.

Lucien Lévy-Dhurmer pintaba en 1896 esta sensual Eva pelirroja


Ya ahondando en el terreno cinematográfico, es de rigor comenzar a por la heroína hitchcockiana, denominada de forma más común la "rubia Hitchcock". El director británico tenía una especial debilidad hacia un ideal de mujer refinada. Actrices como Grace Kelly, Eva Marie Saint o Tippi Hedren contenían aquella belleza fría e inaccesible que resultaba tan excitante y sensual para el realizador. Dentro de la contención característica en esta tipología de mujer, las intérpretes llevaban su cabello cuidadosamente peinado y recogido. Un buen ejemplo será el moño espiral que luce Kim Novak en Vértigo (1958) al cual Hitchcock dedicará un primerísimo primer plano. En este film, la actriz interpretaba a la vez dos personajes antagónicos; Madeleine Elster, la rubia refinada, y Judy Barton, castaña y más corriente. Al igual que Hitchcock, la cinematografía de Luis Buñuel recurrió a la sensualidad escondida en la rubia fría en aparencia reencarnada como nadie por Catherine Deneuve.



En el cine siempre ha sido común esta dualidad entre la mujer rubia y la mujer morena. Grace Kelly compartiría protagonismo con las morenísimas Katy Jurado y Ava Gadner en Solo ante el peligro (1952) y Mogambo (1953) respectivamente. Podemos comprobar cómo la coloración del pelo no es algo gratuito, en muchas ocasiones va ligado a una lectura moral. Normalmente la rubia natural - las rubias platino merecerían otra consideración- representaba valores positivos, de mujer inocente mientras que la morena prefiguraba una personalidad mucho más libre y sensual. Seguramente, una de las escenas más recordadas de Gilda (1946) será el famoso baile de Rita Hayworth desquitándose de sus guantes y agitando su melena oscura sobre el escenario. Las morenas solían presentar una moralidad cuestionable en el cine de antaño. Theda Bara, paradigma de la vamp tenía por costumbre retratarse con sus cabellos sueltos ofreciendo una imagen erótica y enigmática a la par. La mujer de melena oscura resultaba ser frecuentemente una figura amenazante para el protagonista masculino y terminaría metiéndolo en multitud de problemas. Desde otra perspectiva, también habría que mencionar la heroína neo-realista, representada como nadie en la figura de Anna Magnani, poseedora una belleza mediterránea poco estilizada, casi brutal e incontrolable. Esta figura iba a ser retomada nuevamente por Pedro Almodovar en el personaje que interpretaría Penélope Cruz en Volver (2006). Su Raimunda rendía un claro homenaje esta tipología.



Es innegable la enorme influencia que ha ejercido el cine en la vida cotidiana. Las actrices han sido y son referentes para el espectador y en multitud de ocasiones, sus gestos, su forma de vestir o su peinado han logrado trascender más allá de la pantalla. Fue Louise Brooks una de las primeras estrellas que marcaron estilo a través de su conocido corte de pelo que fue imitado en el periodo de entreguerras por innumerables féminas. Pero uno de los referentes más singulares será el de Veronica Lake. La actriz, de cualidades interpretativas poco notables, llegó al estrellato en los años 40 gracias a un peinado que la hizo mundialmente famosa. Dicho corte, llamado peek-a-boo-bang consistía en una melena platino ondulada que cubría parcialmente el lado derecho de su rostro. El éxito fue tan grande, que en cierto momento, el departamento de guerra de los Estados Unidos pidió a la Paramount cambiar el peinado de la actriz ya que las mujeres que trabajaban en las fábricas de armamento corrían el riesgo de enredar su melena en los engranajes de las cadenas de montaje. Más adelante, el cabello corto a lo garçon que lucía Jean Seberg en Buenos días tristeza (1958) o Al final de la escapada (1960) establecería un patrón de chica intelectual, alternativa y rebelde que sería continuado por otras actrices como Mia Farrow o la modelo Twiggy. Y otro ejemplo, mucho más reciente, lo encontramos en el peinado que lució Audrey Tatou en Amélie (2001). La estética de la película influyó determinadamente, y algunas espectadoras se sintieron cómodas dentro de aquella estética de chica ingenua y romántica.

En ocasiones, el peinado de las actrices ha sido un modelo a seguir

Finalmente, otro de los aspectos más recurrentes dentro de esta temática lo encontramos en el mundo de las pelucas. Este objeto casi fetiche que nos adentra en temáticas como la usurpación de la personalidad o el travestismo y merecería todo un capítulo por sí mismo. La exposición de París abarca en profundidad estos temas y muchos otros. Quien pueda hacer una escapada, podrá disfrutar de la misma hasta el próximo 16 de enero.