jueves, 11 de abril de 2013

Esa pareja

 
Por lo que leo y veo en las páginas de sociedad, cualquier front-row, vernissage, photocall, en resumen, cualquier evento internacional de nombre intraducible que denote clase, esclusividad y buen gusto parece contar con la necesaria presencia, de la pareja formada por Olivia Palermo y su novio Johannes Huebl.
La chica, de profesión poco definida, recibió el apodo de It-Girl de Nueva York gracias a lucir palmito y sonrisa encantadora en compañía de su flamante novio-modelo-alemán. Con brutal soltura y desparpajo este bello tándem va haciendo acto de presencia en los mejores saraos posando con la misma profesionalidad de las top-models más cotizadas. Y lo cierto es que como dirían muchas personas, los dos chicos lucen siempre "muy monos".
 
 
Está claro que no poseen el sex appeal del matrimonio Pitt-Jolie ni la fama de los Beckham. Aún así, la pareja se ajusta con tal precisión a los estándares de lo ideal establecidos por los que pretenden decirnos qué es lo ideal, que uno termina percibiendo a la pareja como una irritante materialización de Barbie y Ken.
A raíz de lo expuesto anteriormente, esa reacción natural que se llama envidia, hace que uno empiece a rastrear en Google -el oráculo de nuestros días- cualquier atisbo de imperfección que los devuelva a esta dimensión terrenal en la que tenemos que vivir el resto de la humanidad. Que si una foto robada que evidencie una celulitis desconocida, que si un reciente rumor de infidelidad... Sin embargo, para nuestra sorpresa, lo que uno se encuentra es un acaramelado catálogo de arrumacos y sonrisas, de felicidad pura y dura tanto en lo público como en lo privado, que cualquier mentalidad malpensante (y natural) entendería la Sociedad Palermo-Huebl como una eficiente maquinaria mediática que se ocupa obsesivamente de filtrar y anular todo aquello que pudiera enturbiar la imagen de marca que les da de comer.
Pero yo este año me comprometí a ser bueno -tambien bienpensando-. Y como me estoy esforzando, casi prefiero pensar en que la casualidad caprichosa debe haber tocado con su varita en estas dos almas afortunadas. Así que aunque no pueda dejar de envidiarlos, me queda el consuelo que los cuentos de hadas a veces se llevan a término. Y aunque algunos no vistamos de Prada, puede que por ahí todavía exista algún Johannes o alguna Olivia a punto de cruzarse en nuestro camino.