sábado, 23 de octubre de 2010

Dovima con elefantes


Dovima with Elephants, Richard Avedon, 1955


- ¡Hasta mañana, Dorothy!
- ¡Adiós Mortimer! -respondió Dovima automáticamente.
Una vez se despidió del último cliente del bar, retiró con la bayeta unas migajas de la barra y deshizo el lazo de su delantal. A sus cincuenta y siete años, Dovima no había perdido un ápice de la elegancia que la había hecho mundialmente famosa. Ciertos signos de la edad se evidenciaban en sus cabellos canos y en las arrugas de su cuello y manos. Sin embargo, su porte esbelto era el de siempre y la mujer se desenvolvía dentro de aquél bar como el cisne en el estanque.
Aquella calurosa tarde de agosto, Dovima vestía un favorecedor vestido negro regalo de la mismísima Gabrielle Chanel. Nadie en aquel bar de carretera del condado de Broward, Florida, podría haberse percatado de semejante detalle, a excepción del hijo del reverendo Mitchell, un taciturno adolescente con gafas de pasta que miraba y admiraba a aquella mujer oculto tras un batido de cerezas y soda. Dorothy Virginia Margaret Juba -este era el nombre real de Dovima- había tenido que hacerse cargo del negocio al enviudar de su tercer y último marido. Se trataba de uno de los muchos establecimientos 24 Hours desperdigados por la carretera que unía el aeropuerto de Fort Lauderdale con el resto de poblaciones. La clientela, variada y circunstancial, se componía básicamente de camioneros que cubrían la ruta de Miami a Palm Beach y familias de turistas en la época veraniega.
Aprovechando aquél momento de tranquilidad, Dovima colgó el delantal y se dirigió lentamente hacia al porche de entrada al local. Una vez fuera, apoyó su hombro en un poste, abrió una delicada pitillera art-decó y deslizó sus largos dedos entre los cigarrillos antes de decidirse por uno. El sol de la tarde  la deslumbraba con intensidad y el ruidoso camión de Mortimer pasó por delante levantando una considerable polvareda. El entarimado de madera tembló levemente bajo los pies de Dovima. Ella entonces cerró sus ojos y un recuerdo la trasladó a París.
Fue en el año 1955. Tenía ella veintiocho años y posaba en el Cirque d'Hiver luciendo el primer traje de noche diseñado por Yves Saint Laurent para la Maison Dior. También aquella mañana de agosto, el suelo de madera tembló sensible al movimiento brusco de los enormes elefantes entre los que se encontraba posicionada. Todavía recordaba con perfecta claridad aquellos sonidos; el crujir de las cadenas, la fusta del domador y especialmente los disparos incesantes desde el obturador de la cámara de Richard Avedon. Concentrada en su postura, la modelo tenía a los animales fuera de su campo de visión. Sin embargo el intenso aroma que desprendían aquellos titanes no le hacían olvidar su presencia. Aún así, Dovima no tenía miedo. Permaneció posando impávida y serena con la seguridad de estar participando de un momento de creatividad absoluta.


Dovima, conocida también como Dorothy Horan (Virginia, 1927 - Florida, 1990), fue la maniquí mejor pagada de su época. Descubierta por el fotógrafo de moda Irving Penn, posó para los más grandes fotógrafos luciendo los diseños de Christian Dior, Balenciaga o Pierre Balmain entre otros. Durante la década de los cincuenta, sus fotografías ocuparon un lugar preferente en publicaciones como Vogue o Harper's Bazaar. En 1962 decidió retirarse del mundo de la moda. Tras infructuosos intentos en el cine, terminó realizando empleos totalmente anónimos como vendedora de cosméticos o camarera. Murió en 1990 a la edad de sesenta y dos años.
Sin lugar a dudas, Dovima con elefantes es una de las instantáneas más reconocidas en la obra del fotógrafo norteamericano Richard Avedon.  De hecho, se trata de la única fotografía de moda incluída en el grupo de las mejores instantáneas del siglo XX. Algunas copias de la misma, forman parte de los catálogos permanentes del Moma y del Metropolitan Museum de Nueva York.
Conocía las fotografías de Avedon, pero  tras acudir recientemente a una conferencia sobre su obra, me cuestioné qué papel ocupaba la figura del retratado dentro del proceso creativo.  Considero que el caso de Dovima, o Dorothy, ejemplifica que en ocasiones detrás de una gran fotografía hay un gran historia. Nunca sabré si Dovima fue consciente de la gran  repercusión que tuvo la instantánea para la que posó aquella mañana de agosto. Desconozco también cómo transcurrió realmente su vida en el anonimato. Sólo espero que este texto sirva como tributo a todas aquellas personas (dígase modelos, atletas, milicianos, amantes furtivos...) que con mayor o menor conocimiento contibuyeron de forma determinante en la creación de instantáneas que a día de hoy se han convertido en iconos.








lunes, 4 de octubre de 2010

La mezquindad duplicada

Este año, el cartel del XLIII Festival Internacional de Sitges rinde un claro homenaje a la cinematografía de Stanley Kubrick. Sin embargo, sería injusto no reconocer la figura de la genial fotógrafa norteamericana Diane Arbus (1923-1971) y su singular legado. Porque del extenso imaginario fotográfico que nos dejó antes de suicidarse, el retrato Gemelas idénticas (Identical Twins) ha sido indudablemente una de sus obras más recordadas.

Identical Twins. Diane Arbus, 1967
Una fría tarde de diciembre de 1967, Diane Arbus se presentó en una fiesta local de gemelos y trillizos de la periferia de Roxelle (New Jersey) e inmortalizó frente a una valla a las hermanas Cathleen y Colleen Wade. Ni las protagonistas a sus escasos siete años, ni la mismísima fotógrafa llegarían a imaginarse la dimensión que iba a alcanzar aquella instantánea. La franqueza que aporta el blanco y negro transforma el retrato de las pequeñas en una imagen inquietante, casi espectral. En cuanto el espectador logra apartar su atención de profunda mirada de las niñas, comienza a descubrir un sinfín de detalles que evidencian cómo la similitud entre las hermanas es una falsa realidad. Y esto sólo viene a corroborar cómo desde siempre, la figura de los hermanos aparentemente idénticos haya sido representada bajo un aura de perversidad y misterio.
Como decíamos en el inicio, Stanley Kubrick recuperó para una de las secuencias más conocidas de El resplandor (The Shining, 1980) la imagen turbadora y amenazante de las gemelas de Diane Arbus. Siempre ha existido la creencia que los hermanos idénticos, o monocigóticos, mantienen un intenso vínculo telepático hasta la muerte. De esta manera, cualquier actitud o manifestación maliciosa se hace todavía más amenazante en la figura de los mellizos convirtiéndose, aún cuando no ha habido justificación, en sujetos de presencia incómoda.






Algunos dicen que existe una leyenda ancestral que afirma que hay personas tienen un doble en algún lugar de la Tierra. Otras versiones añaden que si en algún momento de su vida, estas personas se encontraran con el doble, el encuentro sería un augurio de su propia muerte. Hoy en día la superstición no está moda. Aún así, recomendaría a quien lea esto mucha cautela cuando salga a la calle. Porque sea topándose con unas gemelas o con su propio yo, nunca está de más hacerse el sueco.

 

sábado, 2 de octubre de 2010

La camisa blanca ideal


La semana pasada volví a comprarme una camisa blanca. Tengo que confesarlo: he desarrollado una especial adicción hacia este tipo de prenda. En el guardarropa atesoro casi una docena.  Y sin embargo, temporada tras temporada, continúo en la búsqueda de lo que considero la camisa blanca ideal.
Esta pieza, máximo exponente de lo que los entendidos llaman “el fondo de armario”, esconde bajo su simplicidad, multitud de elementos que la convierten en un arma de doble filo. Porque, de no ser un clon de Cary Grant, no es fácil vestir una camisa blanca sin parecer el camarero del bar de la esquina. Tom Ford las luce como nadie. De hecho, podríamos afirmar que esta prenda forma una parte inherente de su imagen pública. Por su lado, la venezolana Carolina Herrera ha conseguido de manera muy acertada, que la mujer actual asimile con total naturalidad un elemento tan masculino. Y reconozcamos que no hay nada más sexy que una mujer desnuda protegida con la camisa de su amante. Recordemos la imagen de una jovencísima Jean Seberg en À bout the souffle (Al final de la escapada, 1960).
A veces pienso que hay tantas camisas como personas. Ahí están las diseñadas con cuello inglés, conocido también como turndown collar, que son las más esbeltas. Por su parte, las de cuello italiano, o cutaway collar, que aportan distinción. Las camisas de cuello abotonado, llamado también americano o pin collar, nos resultan cotidianas. Y no debemos olvidar las de cuello mao, que sin lugar a dudas son las más exóticas. Los puños a su manera nos ofrecen otro enorme abanico de posibilidades. Y si contemplamos también los tejidos (la batista, el popelín, la tela Oxford…), nos enfrentaremos a tal variedad de registros que no es de extrañar que uno acabe sumergido en un océano de indecisión.
Conservo el recuerdo de la primera camisa blanca, encargada a medida tras cobrar uno de los primeros sueldos. Después fui encontrando otras piezas. Hallazgos, más o menos acertados en su momento, pero que nunca llegué a considerar adecuados al cien por cien. Si bien algo similar me sucede con las camisetas de verano (blancas, por supuesto), como en los amores estivales, la fugacidad de la estación termina arrinconándolas por los cajones sin mayor pena ni gloria. En cambio, mi relación con las camisas es mucho más especial. Algo me empuja a conservarlas todas como intentando retener el recuerdo de aquél momento en el que fugazmente me parecieron perfectas.  A fin de cuentas, la camisa blanca ideal aparecerá tarde o temprano en algún aparador. A día de hoy sigo buscándola.