sábado, 2 de octubre de 2010

La camisa blanca ideal


La semana pasada volví a comprarme una camisa blanca. Tengo que confesarlo: he desarrollado una especial adicción hacia este tipo de prenda. En el guardarropa atesoro casi una docena.  Y sin embargo, temporada tras temporada, continúo en la búsqueda de lo que considero la camisa blanca ideal.
Esta pieza, máximo exponente de lo que los entendidos llaman “el fondo de armario”, esconde bajo su simplicidad, multitud de elementos que la convierten en un arma de doble filo. Porque, de no ser un clon de Cary Grant, no es fácil vestir una camisa blanca sin parecer el camarero del bar de la esquina. Tom Ford las luce como nadie. De hecho, podríamos afirmar que esta prenda forma una parte inherente de su imagen pública. Por su lado, la venezolana Carolina Herrera ha conseguido de manera muy acertada, que la mujer actual asimile con total naturalidad un elemento tan masculino. Y reconozcamos que no hay nada más sexy que una mujer desnuda protegida con la camisa de su amante. Recordemos la imagen de una jovencísima Jean Seberg en À bout the souffle (Al final de la escapada, 1960).
A veces pienso que hay tantas camisas como personas. Ahí están las diseñadas con cuello inglés, conocido también como turndown collar, que son las más esbeltas. Por su parte, las de cuello italiano, o cutaway collar, que aportan distinción. Las camisas de cuello abotonado, llamado también americano o pin collar, nos resultan cotidianas. Y no debemos olvidar las de cuello mao, que sin lugar a dudas son las más exóticas. Los puños a su manera nos ofrecen otro enorme abanico de posibilidades. Y si contemplamos también los tejidos (la batista, el popelín, la tela Oxford…), nos enfrentaremos a tal variedad de registros que no es de extrañar que uno acabe sumergido en un océano de indecisión.
Conservo el recuerdo de la primera camisa blanca, encargada a medida tras cobrar uno de los primeros sueldos. Después fui encontrando otras piezas. Hallazgos, más o menos acertados en su momento, pero que nunca llegué a considerar adecuados al cien por cien. Si bien algo similar me sucede con las camisetas de verano (blancas, por supuesto), como en los amores estivales, la fugacidad de la estación termina arrinconándolas por los cajones sin mayor pena ni gloria. En cambio, mi relación con las camisas es mucho más especial. Algo me empuja a conservarlas todas como intentando retener el recuerdo de aquél momento en el que fugazmente me parecieron perfectas.  A fin de cuentas, la camisa blanca ideal aparecerá tarde o temprano en algún aparador. A día de hoy sigo buscándola.




 

1 comentario:

  1. Me ha encantado...espero leer más, ya me he puesto este blog como favoritos, jeje

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