Contaban quienes lo vivieron que el Gran Canal, ya de
por sí ajetreado durante el periodo estival, se mostró especialmente concurrido
aquellas calurosas tardes de 1951 con un tránsito incesante de lanchas que
transportaban a los visitantes ilustres acompañados de sus equipajes formados
por voluminosos baúles y sombrereras de formas singulares.
Carlos de Beistegui convocaba a la auténtica jet-set internacional a lo que pronto denominarían "la fiesta del siglo" para celebrar la construcción del Palazzo Labbia, su residencia veneciana. Al modo de las pinturas de Tiépolo que decoraban los muros del gran salón con imágenes de Marco Antonio y Cleopatra recibiendo la visita el emperador de China en presencia de los embajadores de Turquía y Persia, los invitados debían imitar este ambiente de lujo con sus atuendos y complementos. El excéntrico millonario había cuidado hasta el más mínimo detalle cualquier pormenor del exclusivo acontecimiento imitando prefectos que se seguían en el siglo XVIII y requiriendo a sus invitados el más alto nivel de exigencia en sus indumentarias. Las grandes casas de costura de París estuvieron trabajando en sus talleres a contrarreloj para poder atender los pedidos especiales de sus clientas. Y aquella noche, los chóferes y las berlinas quedaron aparcados en los garajes de la ciudad ya que sus dueños prefirieron hacer uso de las góndolas para trasladarse a palacio.
Carlos de Beistegui convocaba a la auténtica jet-set internacional a lo que pronto denominarían "la fiesta del siglo" para celebrar la construcción del Palazzo Labbia, su residencia veneciana. Al modo de las pinturas de Tiépolo que decoraban los muros del gran salón con imágenes de Marco Antonio y Cleopatra recibiendo la visita el emperador de China en presencia de los embajadores de Turquía y Persia, los invitados debían imitar este ambiente de lujo con sus atuendos y complementos. El excéntrico millonario había cuidado hasta el más mínimo detalle cualquier pormenor del exclusivo acontecimiento imitando prefectos que se seguían en el siglo XVIII y requiriendo a sus invitados el más alto nivel de exigencia en sus indumentarias. Las grandes casas de costura de París estuvieron trabajando en sus talleres a contrarreloj para poder atender los pedidos especiales de sus clientas. Y aquella noche, los chóferes y las berlinas quedaron aparcados en los garajes de la ciudad ya que sus dueños prefirieron hacer uso de las góndolas para trasladarse a palacio.
Foto de grupo en el gran salón del Palazzo Labbia. |
Para la alta sociedad de aquella
vieja Europa diezmada tras la segunda gran guerra, el gran baile de Carlos de
Beistegui – Charlie, para los amigos – implicaría una nueva vuelta de página
para comenzar a mirar el futuro con otros ojos. Quien era alguien en aquél
momento, habría recibido su invitación. Del Aga Khan hasta Orson Welles.
Salvador Dalí y Gala acudieron a
la fiesta disfrazados sobre unos zancos que los convertían en gigantes de siete
metros de altura. Christian Dior diseñó estos disfraces entre muchos otros. Como
el de la multimillonaria Daisy Fellowes que según muchos de los invitados tuvo la
entrada más espectacular a modo de la Reina de África luciendo una increíble y pesadísima
estola de leopardo que la obligó a permanecer reclinada durante gran parte del evento. El modisto Jacques Fath
y su esposa acudieron con una corte al estilo del Rey Sol y los López-Willshaw
junto al barón de Réde triunfaron con su comitiva del emperador de la China.
Entrada del "Emperador de China y su corte" |
Alexis de Redé junto a Arturo y Patricia López-Wishaw. |
Daisy Fellowes como la reina de África |
Jacques Fath es Luis XIV |
Lady Diana Cooper representado a Cleopatra |
La actriz Gene Thierney |
Orson Welles enmascarado. |
El anfitrión Carlos de Beistegui. |
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