miércoles, 23 de diciembre de 2015

Vísteme despacio


No me gustan las preguntas insidiosas. De esas que evidencian una voluntad crítica por encima de la simple curiosidad. Preguntas como las del cónsul provinciano a la miss. ¿Qué sabe usted de mi país? ¿En qué época de la historia le gustaría haber nacido? Preguntas cuya respuesta conlleva a una desnudez bastante más evidente que la de esa miss dentro de su micro bikini.
¿Qué harías si mañana te volvieras multimillonario? Se acerca el sorteo de Navidad y seguro que a más de uno le habrán preguntado algo así. Se pueden buscar contestaciones comodín y así neutralizar cualquier valoración del que interpela. Pero realmente, ante la posibilidad de despertar un día multimillonario emergen en cada uno de nosotros una serie de deseos secretos que nunca confesaríamos públicamente.
Pero hoy tengo un día poco pudoroso y me voy a sincerar. Una de mis fantasías más ocultas sería poder pagar a alguien que me vistiera por las mañanas. Tal cual como les vestían a John Malkovich y Glenn Close en esa maravillosa película de Stephen Frears que es "Las amistades peligrosas". Poder prolongar ese amodorramiento del despertar y abandonarse al buen hacer de los sirvientes me provoca una atracción indescriptible. Para mí tiene que ser lo más el sumergirse en la dulce sensación del no-pensar mientras son otros los que articulan tus miembros y deciden si ese día llevarás una camisa o un jersey.
Pienso que el origen de este gusto extraño está en mis primeras clases de natación. Era habitual que al terminar el entreno, algunas madres de los alumnos nos ayudaran a vestirnos en el vestuario con el fin de no prolongar innecesariamente aquella actividad extra escolar de la tarde. Y siempre venían las mismas madres, que eran las que no trabajaban y que accedían a colaborar voluntariamente. Reconozco que con envidia observaba el cuidado con el que ayudaban a sus retoños: Redirigiendo los codos que se atascaban. O peinando los mechones revueltos de las cabecitas que asomaban bajo las prendas. Y aunque los otros hacíamos lo que podíamos, resultaba inevitable que más de uno regresara a su casa con el jersey puesto del revés.