viernes, 30 de septiembre de 2011

"Me pido la Barbie!"


 
Paseaba yo por la sección de muñecas de Hamleys en Londres cuando se materializó una risueña Farrah Fawcett reencarnada en el cuerpecito de 29 centímetros de la Barbie. La muñeca lo tenía todo. Su bañador rojo, el bronceado, incluso el famoso crepado ochentero de la prota más popular de Los ángeles de Charlie. Como a la Alicia de Carroll, aquella pirámide de cajas de muñecas parecía estar gritando ¡cómprame! Por fortuna uno empieza ya a dominar sus instintos caprichosos. Así que logré virar de rumbo sin mayor sacrificio.


Recordando tiempos de infancia, confieso que en mi corazón se producía un vuelco cada vez que mi vecina Elisabet me invitaba a subir a jugar a su casa. Para la gente de nuestra generación, la llegada de Barbie (Superstar) supuso un auténtico acontecimiento. Aquella España de las muñecas de Famosa que se dirigían al Portal, recibió como un halo de aire fresco la llegada de Barbie. La muñeca norteamericana era el máximo exponente de la vie en rose, dormía bajo dosel y se empolvaba frente a un tocador de bombillas.
Más tarde los creativos de Mattel dieron una vuelta de tuerca y comenzaron a introducir a las celebrities dentro del particular universo de Barbie. Y tal como ha ido todo transcurriendo, pareciera que quien no hubiera sido inmortalizado en una Barbie no fuera nadie. ¡Incluso la prescindible Rosie O’Donell tuvo la suya propia! Este año, Farrah Fawcett no ha sido la única. También han sido plastificados Grace Kelly, Rock Hudson y Doris Day, convirtiéndose estos muñequitos en flamantes objetos de culto para el coleccionista mitómano.
Resulta paradójico que en los tiempos que corren esta muñeca siembre más emoción en el público adulto que en sus propios hijos. Porque lamentablemente, desde hace un tiempo la muñeca más glamourosa se ha visto desbancada por  vulgares muñecas cabezonas, con nombre de spray insecticida y maneras de Lolitas…

















martes, 6 de septiembre de 2011

Teoría del genio



A Vivien Leigh no le gustaban sus manos. Las consideraba extremadamente grandes y procuraba ocultarlas bajo sus guantes -llegaría a tener 150 pares- o luciendo enormes sortijas que distrajeran la atención. Hace un tiempo publicaban en el blog Cool Frenesie un magnífico retrato en el que se podía comprobar que el paso del tiempo no había sido especialmente generoso sobre su bello rostro. La imagen resultaba conmovedora sabiendo que al poco tiempo la actriz moriría de tuberculosis a la temprana edad de 53 años.
La mujer que cedió su imagen a Scarlett O’Hara apenas participaría en una veintena de películas porque su verdadera vocación se encontraba en los escenarios teatrales. Aún así, una importante parte de sus apariciones en la gran pantalla a hoy en día nos resultan memorables. Esta actriz británica acusaba de una inestable salud mental, por lo que frecuentemente debía recurrir a temibles terapias de electroshock para sobrellevar sus recaídas maníaco-depresivas. En la mayoría de las ocasiones el origen de la genialidad se encuentra justamente en los temperamentos difíciles. Ya en su día, Giorgio Vasari describía el carácter colérico de Miguel Ángel en su biografía sobre el artista.
La genialidad de Vivien Leigh la descubrí por primera vez en la escena de Lo que el viento se llevó (1939) donde la heroína sureña desesperada ante la parsimonia de su criada Prissy, la fulminaba con la mirada. Hoy en día, semejante secuencia resultaría políticamente incorrecta, pero en su momento debo reconocer que me maravilló. Descubrí más tarde que aquella mirada llameante adquiría matices trágicos en otra de sus interpretaciones más celebradas, la Blanche DuBois de Un tranvía llamado Deseo (1951), dirigida por Elia Kazan. Y parece ser, que el genio de la actriz en ocasiones llegaba superar la ficción. Contaba Alexander Walker en su biografía sobre la actriz, que en una secuencia de El barco de los locos (1965) donde su personaje golpeaba a Lee Marvin con la punta del tacón, ésta lo hizo con tal energía que realmente terminó provocando heridas en el rostro de su compañero.






Miguel Ángel cuando estaba furioso aventaba las pesadas herramientas contra sus ayudantes desde lo alto de la Capilla Sixtina. Un referente más cercano, lo encontramos en Dinah Washington. Leí que esta magnífica cantante de jazz llegaba a tirar los instrumentos musicales sobre las cabezas de su orquesta. No pretendo justificar la violencia ni las malas maneras, pero hay veces que en casos como los citados resulta imposible no caer en la condescendencia para celebrar el(mal) genio.

Fernando Fernán Gómez otro gran cómico de (mal) genio.